Vivimos dos décadas de horror cuya memoria puede recorrer el camino de los estudios antropológicos para permitirnos entender cómo las diferencias culturales fueron convertidas en jerarquías dentro del territorio peruano. Podemos seguir el camino de la Sociología y entender cómo, en un solo país, conviven varias naciones, la mayoría de ellas marginadas por el Estado. Podemos seguir el camino de la historia y descubrir la herencia colonial en las mentalidades y cómo estas persisten aun cuando hace dos siglos nos llamamos «nación independiente». A lo largo del camino, podemos observar cuadros estadísticos que nos hablan de una mayoría de víctimas quechuahablantes, y apreciar muestras fotográficas en blanco y negro que nos hablan de víctimas inocentes y olvidadas.
Existe una dimensión que no puede ser expresada en los informes que buscan ser objetivos, en los estudios que procuran entender los contextos o en cifras que buscan ser precisas, y es que estamos hablando de seres humanos cuyas emociones son difíciles de poner en papel. La respuesta humana ha sido el arte para expresar lo que no es fácil de expresar o, como José María Arguedas decía sobre su oficio de escritor: «el universo se me mostraba encrespado de confusión, de promesas; más que deslumbrante, exigente».
Patricia del Río acepta el exigente desafío, uniendo una extensa y rigurosa investigación con una gran creatividad narrativa. Estamos ante un hermoso relato que no deja de ser perturbador. Nos crea un universo en el que una anciana vive en un pueblo desolado rodeada de diez perros cuyos dueños han sido víctimas de la violencia y cuyas historias son el eje de una deslumbrante narración de diez capítulos que puede leerse con placer, pero con incomodidad; con ternura, pero con culpa. Cuando hemos terminado el libro, sentimos que hemos acompañado a un entrañable personaje que (con dulzura, miedo y un poco de humor) nos ha conducido por varias vidas que ahora sentimos cercanas, que nos invitan a construir una sociedad donde nunca más los peruanos nos matemos entre nosotros como lo hemos venido haciendo a lo largo de nuestra dramática historia de desencuentros.
También con Patricia descubrimos que la literatura permite explorar con mayor profundidad la experiencia humana, recorriendo caminos que los estudios objetivos no pueden recorrer, haciendo evidentes verdades que son difíciles de descubrir y permitiéndonos proyectar en las narraciones la sensibilidad que, de una u otra forma, todos sentimos, aunque nos cueste descubrirlo.
Es realmente hermoso que la escritura creativa nos ayude a crear la tan necesaria empatía que nos invita a la acción. Algo logramos, compartimos y también disfrutamos a través de la lectura de Jauría, de Patricia del Rio.