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Narrativa actual

Sabemos que, en el panorama literario peruano, la atención suele concentrarse en determinados espacios, autores y editoriales vinculados a la capital. Sin embargo, también sabemos que la literatura se escribe en todo el país, impulsada por talentos y propuestas que merecen mayor visibilidad y reconocimiento.

Guiados por esta certeza, quisimos conocer a los Nuevos Narradores de otras regiones del Perú. Decidimos salir a buscarlos para leer sus textos, comprender qué los motiva a escribir y establecer un diálogo con ellos.

Somos conscientes de que intentar abarcar todo lo que se escribe en el Perú en tan pocas páginas sería imposible. Por eso, optamos por avanzar paso a paso, concentrándonos en una ciudad a la vez.

Nuestra primera escala ha sido Ica. Elegimos esta ciudad por su proximidad geográfica y por la intensidad de su vida cultural. La narrativa iqueña posee una identidad particular, definida por su entorno natural y social, así como por su historia. Como bien apunta César Panduro en la introducción de la antología Aranvilka: «El campo, el poblador que lo habita y lo fantástico han sido, hasta finales del siglo XX e incluso inicios del presente, los temas predominantes entre los narradores». A esto se añade una característica particular: «La mayoría de los narradores jóvenes que han publicado en este milenio son migrantes. Vinieron o se fueron. Quienes llegaron tomaron a Ica como material narrativo, mientras que quienes partieron apelan al recuerdo». Esta doble mirada, la del residente y la del migrante, aporta una riqueza especial a sus narraciones.

Para esta primera Muestra de Narrativa Contemporánea, seleccionamos textos de tres autores iqueños: Carlos Piccone Camere, Leydy Loayza y Humberto Calderón. Con sus obras buscamos ofrecer una ventana hacia lo que actualmente se está escribiendo en esta región.

Esta selección no está libre de decisiones arbitrarias y limitaciones de espacio. Pero es, sobre todo, una invitación abierta a ampliar nuestras lecturas, a traspasar las fronteras de la capital y descubrir las voces frescas y auténticas de otros lugares.

(Coleccionista de saudades)

(Ica, 1982) escribe desde una perspectiva que combina la cercanía afectiva y la distancia crítica. Con una vida marcada por la migración, sus recuerdos de infancia en el campo, asociados al fundo familiar donde se cultivaba algodón, están llenos de detalles sensoriales: el viento entre las plantas y la luz tenue de los atardeceres desde la chacra.

Esta memoria íntima convive con la experiencia de ver cómo la ciudad tranquila y familiar de su niñez se ha ido transformando debido al crecimiento urbano acelerado, las migraciones internas y el deterioro progresivo de ciertos espacios. De este contraste surgen su sensibilidad hacia los gestos mínimos, su atención por lo simple y una voluntad constante de observar con rigor el territorio que lo formó. Piccone ha publicado cuatro libros y en cada uno ha explorado un registro narrativo diferente. Sin embargo, mantiene algunas obsesiones que atraviesan toda su obra: las relaciones familiares, la fragilidad de la identidad, la tensión entre la memoria y el olvido, así como una inquietud espiritual que plantea preguntas sobre el sentido.

Su estilo destaca por una prosa precisa y depurada, que en ciertos momentos se permite una apertura hacia lo poético para capturar con mayor intensidad la emoción contenida en las escenas. El fragmento que presentamos pertenece a la tercera parte de su novela Coleccionista de saudades (Caja Negra, 2020), titulada «Tristitia». Un diálogo sutil, pero significativo, se establece con la tradición literaria iqueña al evocar el célebre poema de Abraham Valdelomar. Sin embargo, Piccone renueva esa melancolía, abordándola desde una conciencia adulta marcada por la pérdida y el desarraigo interior. Con una voz íntima, por momentos casi clínica, el narrador recurre a enumeraciones, digresiones, ironía y humor negro para explorar la fragilidad emocional ante el final de una relación sentimental. En la escena central del texto, ambientada en una cafetería, el protagonista experimenta, con dolorosa lucidez, la partida del ser amado. El lenguaje se convierte, entonces, en palabras del propio autor, en una «caricia terapéutica para verbalizar lo perdido». El resultado es una narración honesta y profundamente humana, que trasciende la memoria personal ofreciendo al lector un horizonte más amplio de reflexión.

(Dos cuentos)

(Ica, 1988) es un autor que se sitúa en la intersección de la literatura, el arte y la tecnología. Aunque su educación sentimental se forjó en Ica —una ciudad que ahora apenas reconoce debido a su acelerado crecimiento—, su escritura se ha desarrollado en Lima. Humberto se define a sí mismo desde una posición de enunciación periférica, lo que le permite conectar con propuestas literarias fuera del circuito tradicional y cuestionar los paradigmas establecidos. Sus textos, a menudo, exploran las formas y los límites de la literatura, rompiendo con la idea romántica del escritor solitario y abriéndose a lo interdisciplinario.

Sus obsesiones se centran en la vida contemporánea y sus dinámicas: el bucle, la atomización del tiempo y el automatismo que alimenta la cultura a través de remakes y remixes. En sus textos, busca una voz crítica que cuestione cómo se construye la sociedad. Para él, el acto de escribir no es solo una cuestión de imaginación, sino también de encontrar sentido en un mundo caótico. Los textos que presentamos, «Discurso al final de la nube» y «Ruido estático», son un ejemplo de su experimentación formal. El primero, un texto fragmentario que simula un discurso acelerado, refleja la vorágine de información y la crisis de la narrativa en la era digital. Con una mezcla de lenguaje especializado, jerga tecnológica y poesía, el autor nos sumerge en una reflexión sobre la realidad y el tiempo.

El segundo texto es una narración en bucle que explora la violencia y el dolor emocional. Cada fragmento del relato presenta variaciones que revelan cómo el recuerdo se tergiversa y el pasado se reescribe. En ambos casos, Humberto Calderón nos invita a una lectura activa, en la que el lector es un cómplice en la construcción del significado, y a reflexionar sobre las dinámicas de la cultura y la vida contemporánea.

(Aquí adentro hay un cuerpo que arde)

(Ica, 1985) ha encontrado en la literatura una forma de canalizar las emociones, los pensamientos y las preguntas que la vida le plantea. Nacida y criada en Ica, su profundo vínculo con la región es el motor de su obra, que se nutre de los contrastes percibidos: la Ica tranquila de sus recuerdos frente a la urbe convulsa y la amenaza constante de la criminalidad.

Como ella misma señala, la escritura nació en su adolescencia como una respuesta personal al acoso escolar, y ha evolucionado para explorar obsesiones muy claras: la violencia cotidiana que atraviesa al país y los vínculos afectivos marcados por la ausencia. Aunque ha incursionado en la poesía, la crónica y el guion, su estilo narrativo se mantiene: parte de una imagen, investiga, y luego imagina con el objetivo de llevar las historias de las ciudades y sus personajes a la ficción para hacerlas universales. El texto que presentamos, «Aquí adentro hay un cuerpo que arde», es un capítulo inédito de la cuarta novela de una saga que pronto concluirá.

Este relato refleja su mirada: un crimen brutal e inesperado que impacta a una comunidad escolar, revelando las grietas sociales y emocionales del Perú actual. Mediante una prosa sencilla y directa, Loayza captura las contradicciones, las preguntas difíciles y la crudeza que definen el presente. Con este texto, la autora nos invita a participar en una experiencia intensa y a enfrentarnos con aquello que, aunque a veces queramos ignorarlo, nos atraviesa a todos.