Los libros también conocen el silencio: dejan de imprimirse, desaparecen de los catálogos y acaban relegados en algunas bibliotecas. «Descatalogados» nace para interrumpir ese silencio y tender un puente entre el lector de hoy y las voces que han quedado fuera del circuito editorial. Sin canonizar ni idealizar estas obras, queremos abrir una nueva oportunidad para su lectura.
Con la misma curiosidad que mueve a NN a buscar nuevas maneras de escribir y contar historias, giramos el foco hacia el pasado. Rescatamos títulos convencidos de que la memoria literaria debe formar parte de nuestra identidad creativa.
Los textos que compartimos en esta sección respetan la gramática y ortografía original, y vienen acompañados de una breve nota sobre cada autor. En esta primera edición, volvemos la mirada hacia tres figuras que consideramos que merecen ser leídas de nuevo: Delia Castro, Amalia Puga y Carlos Camino.
«La primera vez que leí el nombre Amalia Puga fue al pie de un artículo literario y creí que era un seudónimo. Llamáronme la atención la naturalidad del sentimiento, la lucidez del talento descriptivo, la igualdad del estilo, la sobria gracia del decir y el conocimiento que de la lengua revelaba la frase artísticamente forjada, galana y correcta», escribió el escritor Luis Benjamín Cisneros en el prólogo de Ensayos literarios (1893), el tercer libro de los nueve publicados por Amalia Puga. «Pronto salí de mi error, merced a las revelaciones de la prensa sobre las condiciones reales de su personalidad.
Desde entonces, leo con avidez cuanto lleva la firma de la joven escritora y he seguido con júbilo la rápida y ascendente serie de triunfos que, como explosión de gloria, ha ilustrado y enaltecido, casi súbitamente, su nombre en el mundo de las letras hispano-americanas». Amalia Puga de Losada (Trujillo, 1866-1963) fue una escritora peruana cuya obra abarcó la poesía, el ensayo y la narrativa. Publicó desde muy joven en revistas literarias y participó en círculos intelectuales. En su juventud, mantuvo vínculo con Juana Manuela Gorriti, figura destacada del mundo literario hispanoamericano, y participó en algunas de sus veladas literarias. Su escritura, influida por el romanticismo, abordó temas como la maternidad, la muerte y el rol de la mujer en la sociedad. Si bien durante su vida recibió cierto reconocimiento, con el tiempo su figura fue quedando al margen de la historia literaria peruana. Su obra resulta valiosa para comprender los debates sobre la educación, la escritura y la participación pública de las mujeres en el Perú de fines del siglo XIX. En su ensayo La literatura en la mujer (1891), Puga combina la elocuencia romántica con una visión claramente crítica de los obstáculos que enfrentaron las mujeres durante mucho tiempo. Con imágenes vívidas y una profunda convicción, denuncia cómo se les negó el derecho a pensar, a escribir y a ser escuchadas, confinándolas a los márgenes del mundo intelectual. Frente a esa exclusión, propone una firme reivindicación del talento femenino, alentando a las mujeres a leer, a escribir, a formar círculos literarios y a reclamar su lugar en la historia de las ideas. Su llamado es directo: «Yo me tomo la libertad de invitar a mis queridas compatriotas a que tributen culto a las bellas letras», escribe con tono entusiasta. Para Puga, la escritura es una forma de emancipación, de afirmación personal y de construcción de comunidad. Recuperar su voz, y la de otras escritoras que compartieron esa misma aspiración, es también un acto político: implica cuestionar las formas en que se ha construido la historia literaria y disputar el lugar que les fue negado durante generaciones. El relato que leerán a continuación forma parte del libro Tragedia inédita, publicado por Amalia Puga en Lima, en 1948.
«Leyendo a Camino Calderón no nos aburrimos, y llegamos a dudar de que nuestro pueblo sea tan triste como ciertos cancioneros lo pintan. En sus páginas, la gramática parece bailar «zamacueca» teniendo como pareja al convencionalismo social; las palabras valen en la medida en que se desvían en su pronunciación o en su significado del lenguaje común, las faltas de ortografía dan sabor al relato como el ají a la comida criolla, y quizá el autor no use la pluma, sino palo de anticucho».
Este párrafo le pertenece al historiador Jorge Basadre y lo escribió como parte del prólogo de Diccionario folklórico del Perú (1945), uno de los libros del autor que nos convoca. Carlos Camino Calderón (Lima, 1884-Trujillo, 1956) fue un escritor de cuentos y novelas, ganador del Premio Nacional Ricardo Palma en 1949. Fue secretario del Ministerio de Fomento, canciller del Consulado en Guayaquil y director del archivo de la Universidad de Trujillo. En medio de una narrativa peruana de la época dominada por un realismo que tendía a ser serio y solemne, Camino Calderón encontró una vía distinta: la del humor popular como herramienta de observación y crítica.
Con ingenio, convirtió al aparente error gramatical en recurso expresivo; y a las tradiciones locales, en materia literaria. Su estilo irreverente y sabroso no solo revela un profundo conocimiento regional, sino también una apuesta por celebrar su vitalidad y diversidad. De acuerdo con Luis Alberto Sánchez, en su libro La literatura peruana, el estilo de Camino Sánchez es sencillo, apegado al molde naturalista, con «un aire entre «folclórico» e historicista adquirido a fuerza de deambular por el territorio nacional, de ser durante años residente de Trujillo, Chiclayo, Cajamarca, Ica, de todo el Perú». El relato que leerán a continuación forma parte del libro Cuentos de la costa, publicado por Camino Calderón en Trujillo en 1954.
Blanca Varela fue parte de una genealogía literaria poco común: cuatro generaciones de mujeres que escriben poesía. Varela es hija de Esmeralda González (Serafina Quinteras), nieta de Delia Castro y bisnieta de Antonia Márquez. Hablaremos aquí de Delia Castro de González, la abuela.
Delia Castro (Lima, 1874-1939) se inició en la literatura humorística a los diez años, escribiendo sátiras, en un ambiente poblado de artistas. Hija de un actor español y una poeta peruana, Delia creció entre funciones, versos y tertulias literarias. En el recuerdo familiar, ella fue una mujer de pensamiento propio, con una pluma versátil que se movía entre la poesía, el cuento y el artículo político.
Colaboró en los diarios El Comercio y La Tradición, y fundó el semanario El Grito del Pueblo, desde donde denunció abusos del Oncenio de Leguía. Una anécdota ilustra bien su temple. Según recuerda su hija Serafina, «la dictadura pretendió amedrentarla colocando un soplón casi permanente a su puerta. Delia, pasados unos días de soportar su presencia, sale y le pregunta quién es y qué desea. El fatuo personaje le responde con insolencia que es “de la policía”. Delia le replica que ésa es su casa y no quiere volver a verlo. El agente levanta la voz y termina por sacar un revólver. Y Delia lo sorprende a bofetadas, le arrebata el revólver de la mano y lo hace fugar».
Blanca Varela recuerda a su familia como «un matriarcado de mujeres revolucionarias, rebeldes y libres pensadoras», en la que su abuela era una figura imponente. «Era una mujer muy inteligente, bastante especial, llena de un humor muy ácido y de una fantasía desbocada», decía. En la casa bohemia que Delia ayudó a moldear, todo tenía ritmo. «Se recitaba, se hablaba en verso», recordaba su nieta. «Yo tenía mucha facilidad para versificar […] Mi madre y mi abuela, para divertirse, hablaban en romance. Y yo empecé a escribir mis primeros versos a los seis o siete años».
Aunque parte de su obra permanece dispersa, olvidada o sin reeditar, Delia dejó una marca indeleble en la sensibilidad de las generaciones que la sucedieron. «Creo que nací en ese mundo. Provengo de una familia de gente que escribe, sobre todo las mujeres», dijo Blanca. La palabra como juego y como trinchera: esa fue la herencia de Delia. Una herencia que se manifestó en canciones criollas, versos, columnas y, en el caso de su nieta, en una de las obras poéticas más potentes de la región.
Delia Castro de González fue mucho más que la abuela de Blanca Varela. Fue uno de los eslabones de una cadena de mujeres que hicieron del lenguaje su territorio. Compartimos aquí uno de los poemas que forma parte de Sin rumbo: poesías y cuentos, libro publicado en Lima en 1921.