Una mudanza, y con ello una nueva vida, detonan un sin-número de eventos que van envolviendo a Antonia en pro-blemas que ensombrecen su camino. Pero ella no se deja amilanar, y corre por las calles de un barrio limeño emer-gente, tropezándose con niños, adolescentes y adultos que tratan de que la pequeña Antonia vea el mundo como ellos lo ven: un lugar en donde tienes que seguir los patrones ya establecidos, donde tienes que alabar la belleza física, don-de tienes que seguir con el statu quo y agachar la cabeza siempre. La libertad, la imaginación, la belleza interna, son conceptos que deben ser desechados, por inútiles.
Pero Antonia y Toallín se rebelan, tratando ferviente-mente de encontrar su espacio sin perder su esencia, coli-sionando en ese intento con niños, niñas, gatos, hermanos, mamás, que no soportan que alguien tan diminuto (solo en tamaño) vuele por encima de sus cabezas.
A través de esta historia, Valeria Venegas nos revela una especial sensibilidad para mirar las cosas desde un ángulo distinto, es decir, desde las cosas mismas. Alguien que ve desde un ángulo aparentemente imposible. Y es que la sensibilidad que nos descubre Valeria implica eso: mirar a los otros desde puntos distintos al nuestro, la maravillosa otredad personificada por una toalla. Y en ese mirar espe-cial, la autora denuncia abusos terribles que en el mundo real ocurren y que son aceptados por todos. Porque los ni-ños deben de ser educados con severidad, sino se vuelven malcriados. Porque esa niña es demasiado feliz y hay que aguarle la fiesta. Porque no vale llorar. Aguántate nomás.
Y calla tonta, a lo que Valeria nos susurra con el cariño de una buena amiga: anímate, no eres para nada tonta, y ya es hora de dejar de callar.