Una paloma vino a morir al techo que daba a mi ventana. Eran tiempos de pandemia y mirar por esa ventana era el único acceso que tenía entonces al aire libre… y ahí también se posó la muerte.
Meses antes había recibido los resultados de análisis que me anunciaron que era infértil. No podía concebir de manera natural y, junto con mi esposo, me embarqué (no sin dudas y cuestionamientos) en un tratamiento médico de reproducción asistida. Quería aferrarme a la idea de que mi cuerpo era capaz de generar vida, resistirme a la muerte.
Miraba con insistencia por la ventana y empecé a encontrar algo hermoso en la agonía de esa paloma. El viento mecía sus alas y levantaba las plumas de su cola como si ella misma fuera a alzar vuelo. Esa imagen fue el germen de mi novela Infértil. La muerte de la paloma fue el primer fragmento que escribí.
Es difícil anticiparse a aquello que gatilla un proceso creativo. El detonante está en una imagen que llama tu atención, una frase que recoges al vuelo, un olor con recuerdos de infancia. Algo que se queda contigo durante días, semanas, que vuelve a ti después de meses. Es una paloma a punto de morir, pero es, a la vez, algo más. La intuición de que un punto puede tener profundidad.
En mi experiencia, hay que seguir ese impulso inicial e intentar que ese estado intuitivo dure el mayor tiempo posible. Explorar sin demasiada estructura ni certezas. Darse libertad, dejarse llevar por el inconsciente antes de racionalizar. Escribir es también perder el control.
Para mí, intentar poner demasiadas estructuras o reglas de antemano puede ser contraproducente para el proceso creativo. Es intentar encauzar un río en crecida. Llegará el momento del orden. Pero es más importante primero explorar la historia sin tratar de encasillarla en una idea preconcebida. No sabemos lo que vamos a encontrar en un terreno inexplorado, e ir con un concepto previo es privarnos de la posibilidad de descubrir una nueva especie porque estamos empecinados con encontrar una orquídea.
Me gusta pensar en mi proceso creativo como montar a caballo. Cuando te montas, hay un primer momento de soltura. Los caballos, sobre todo si han estado guardados o quietos por algunos días, acumulan fuerza. Se crispan, pajarean. Puedes sentir esa tensión bajo la montura y, en esas circunstancias, es difícil guiarlos. Primero hay que soltarlos, cansarlos un poco, dejarlos trotar con la rienda larga hasta que esa fuerza contenida ceda.
Solo cuando el caballo se relaja hay espacio para el control. En equitación se usa un verbo para ese momento: reunir. Hay que reunir al animal. Eso es acortar la rienda, ajustar las piernas, lograr que el caballo se ponga en modo de trabajo. Que arquee el cuello, que baje la grupa, que ceda al freno. Y ahí el jinete toma decisiones: define cuándo usar la espuela para azuzar y cuándo la voz para calmar.
En el segundo momento de mi proceso creativo, reúno. Vuelvo sobre lo que he avanzado en ese impulso inicial e identifico elementos que quiero desarrollar más. Empiezo a tomar decisiones más conscientes. Intento definir el contexto, el marco temporal, la estructura, la voz, el narrador, los saltos temporales.
En el caso de Infértil, escribí primero sin tener certeza de hacia dónde me conducían esos fragmentos sueltos, pero urgentes. Lo que siguió fue documentar y catalogar. Definí una línea principal y otras secundarias. El hilo conductor de la historia sería el tratamiento de fertilidad asistida, desde el diagnóstico hasta el resultado final. Pero ese tratamiento hormonal, incierto e invasivo, despertaría dudas en la protagonista, la haría revisar los pliegues de su intimidad, las tensiones en su relación de pareja, sus recuerdos de infancia y sus resistencias. Esos fragmentos aparecían como exploraciones íntimas que profundizaban en la duda y el estado de ánimo de la protagonista. La novela tendría una estructura fragmentada porque fragmentada estaba ella.
Con esas certezas (que siempre se pueden renegociar) volví sobre lo escrito y sopesé, seleccioné, ordené. Identifiqué huecos en la trama. Escribí más. Reescribí. Ordené, deseché. Deseché mucho. Reescribí. Ordené. Me di por vencida. Recuperé el ímpetu. Escribí. Reescribí. Ordené. Y un día, pude ver el final. Ahí acorté la rienda, apreté las espuelas y galopé hacia él antes de que se me volviera a escapar.
No hay una fórmula infalible para escribir. Al menos, yo no la he encontrado y ya la dejé de buscar. Escribo dejándome perder el control para después recuperarlo. Pero sobre todo escribo sabiendo que, al día siguiente, hay que volver a montarse en el caballo, y ese es siempre un ejercicio de soltura y contención.