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Feliz cumpleaños

¿Por qué no puede mirar a otro lado?, ¿por qué me tiene que mirar justo a mí? No puedo leer en paz si el viejo me está mirando. Que se fije en los chihuahuas que están más allá, o en la niñita del columpio. Carajo, la niñita también me mira, solo falta que se enrede en la cadena y se rompa la nuca. La mamá bien gracias, ni cuenta se da, ¡se va a partir el cuello! ¡Mierda! Ya saltó, felizmente ¿En qué página me quedé? Debe ser esta. No, no era un monólogo de Molly Bloom. ¿O sí? Ya me perdí; es que el viejo no me quita el ojo de encima, nadie me quita el ojo de encima. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Mi papá tiene la culpa, desde que se murió me entró la obsesión de imitarlo. No soy un cuervo, papi; no te voy a comer los ojos. Todos los cuervitos dicen lo mismo, estoy preparado. ¿Quieres ver? Tengo un repuesto. ¡Ay! El huevón sacó un ojo del bolsillo de su chaqueta. ¿De dónde lo habrá conseguido? Parecía el suyo; lo debe haber mandado a hacer. Era capaz de cualquier cosa con tal de una broma, ¿cuál habrá sido la mejor? La de la gillette, sí. No sé por qué habré estado llorando ese día, ni idea. Dame un sol y soluciono todos tus problemas.

Regresó con una gillette; cómo no me iba a reír si, en lugar de consolarme, me dio una gillette. Es una solución bestial; si te cortas la femoral, en menos de diez minutos vas a estar tranquilísima. Hoy mi papi cumpliría 86 años, ¿estará tranquilo? ¿O será como el viejo que me está mirando? La niñita otra vez ha volteado a mirarme. No deben entender por qué no me acerco; para ellos soy la payasa del parque, como mi papá, que me regaló su cuadrito: no era él de bebé, era la foto de un muñeco vestido de payaso; pero le creí. Igual como creí que los huevitos que me mandaba en la lonchera eran de serpiente y no de codorniz; o los nombres de los pasteles: helado de invierno, la mareada, un Otelo de Verdi, por favor. Nunca un cono de chocolate con crema chantilly, una crema volteada, un ópera. Todo el mundo se reía con él y ahora no puedo soportar que no se rían conmigo. Puta, estoy viejo; mañana me muero; hoy no, mañana. ¿Quieres escuchar mis penúltimas palabras? Sí, dime. No te las puedo decir; eres una espía. Ay, papi. Al final las bromas ganaron, ¿no? Estamos en guerra, los españoles nos van a invadir. No, papá, eso ya pasó. ¿Cuándo? Hace doscientos años. Bueno, diles a los muchachos que los felicito. Me reí contigo hasta que te volviste Jack Nicholson en El resplandor y por poco destrozas la casa. Ya van a ser dos años. ¿Me volveré loca yo también? Mis bromas son parecidas: a la niña le dije que tengo alas invisibles y con el viejo cada vez que vengo al parque cambio de reencarnación, ¿qué puedo ser hoy? Dame ideas, papito. No, pues, no le puedo decir que soy una parca, se va a asustar. ¿Ah?, ¿tengo que contarle que hoy es mi día libre? No te pases, con la muerte no se juega. ¿O sí? ¿Dónde habré dejado la gillette?, ¿la usaré antes de volverme loca? Uy, me olvidé de que hoy hay shámbar en Siete Sopas, morías por ese plato. ¡Ja! ¡Feliz cumpleaños!

Mayu Adrianzén

(Lima, 1974)

Lee libros de historia y de ciencia desde que tiene memoria, pero cuando le tocó escoger, optó por la ficción. Desde hace más de veinte años, se dedica a hacer series y películas; a veces las produce, otras las escribe o las dirige.
Nunca ha escrito nada que haya sido impreso sobre un papel, salvo guiones y planes de rodaje. Estudió en la Universidad de Lima, en la Universidad Autónoma de Barcelona, y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba.