Miseria funesta. Miseria traidora.
Miseria que arrancas la vida oculta en la nada, perdida en la sombra.
Te canto, miseria; te canto gozosa, porque quiero lanzarte el apóstrofe que acaso tú ignoras.
Lo que un día escribiera la pluma de mi cruel zozobra, empapada en la tinta sombría, la negruzca borra que destila el fatal pesimismo en las negras horas en que el odio, crispando los nervios, al alma asoma y sonríe mirando las tumbas de halagos perdidos y esperanzas rotas.
Te canto, miseria. Te canto a ti sola, porque quiero decirte en mis versos lo que mi alma te odia.
Porque quiero decirte en mis versos multitud de cosas que se agitan con sed de venganza, con terrible cólera, en la cárcel estrecha y oscura que hay en mi memoria.
Escúchame y calla, miseria traidora, que ha llegado el momento solemne de decirte a solas lo que sufre mi pobre existencia luchando contigo, perdida en la sombra.
Lo que sufre mi pobre existencia escuchando atónita el horrendo crujir de los ayes que lanza fatídica tu mugrienta boca.
Cuando siento clavarse en mi alma tus dientes de loba y me arrancas la fe de otros tiempos que amaba gozosa, y no encuentro una mano siquiera que impida tu obra, y me dejan morir en silencio, morir en la sombra, porque el mal de las almas sublimes a nadie le importa.
Cuando veo que surge la infamia y vuela orgullosa en el carro triunfal del cinismo llamando a la gloria.
Cuando veo a la inicua falsía cediendo coronas al que ostenta más oro en las arcas de su vil deshonra.
Cuando veo que tú las proteges, que tú las apoyas, no llegando jamás a sus puertas tan llenas de escoria, me arrancara la vida a pedazos al ver que tu obra la ejecutas tan solo en las almas que sufren y lloran, en las almas que no tienen mancha, que todo perdonan.
Miseria maldita. Miseria traidora, que me dejas morir en silencio, morir en la sombra, ya que el mal de las almas sublimes a nadie le importa.
2 de octubre de 1920