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Delia Castro de González

Blanca Varela fue parte de una genealogía literaria poco común: cuatro generaciones de mujeres que escriben poesía. Varela es hija de Esmeralda González (Serafina Quinteras), nieta de Delia Castro y bisnieta de Antonia Márquez. Hablaremos aquí de Delia Castro de González, la abuela.

Delia Castro (Lima, 1874-1939) se inició en la literatura humorística a los diez años, escribiendo sátiras, en un ambiente poblado de artistas. Hija de un actor español y una poeta peruana, Delia creció entre funciones, versos y tertulias literarias. En el recuerdo familiar, ella fue una mujer de pensamiento propio, con una pluma versátil que se movía entre la poesía, el cuento y el artículo político.

Colaboró en los diarios El Comercio y La Tradición, y fundó el semanario El Grito del Pueblo, desde donde denunció abusos del Oncenio de Leguía. Una anécdota ilustra bien su temple. Según recuerda su hija Serafina, «la dictadura pretendió amedrentarla colocando un soplón casi permanente a su puerta. Delia, pasados unos días de soportar su presencia, sale y le pregunta quién es y qué desea. El fatuo personaje le responde con insolencia que es “de la policía”. Delia le replica que ésa es su casa y no quiere volver a verlo. El agente levanta la voz y termina por sacar un revólver. Y Delia lo sorprende a bofetadas, le arrebata el revólver de la mano y lo hace fugar».

Blanca Varela recuerda a su familia como «un matriarcado de mujeres revolucionarias, rebeldes y libres pensadoras», en la que su abuela era una figura imponente. «Era una mujer muy inteligente, bastante especial, llena de un humor muy ácido y de una fantasía desbocada», decía. En la casa bohemia que Delia ayudó a moldear, todo tenía ritmo. «Se recitaba, se hablaba en verso», recordaba su nieta. «Yo tenía mucha facilidad para versificar […] Mi madre y mi abuela, para divertirse, hablaban en romance. Y yo empecé a escribir mis primeros versos a los seis o siete años».

Aunque parte de su obra permanece dispersa, olvidada o sin reeditar, Delia dejó una marca indeleble en la sensibilidad de las generaciones que la sucedieron. «Creo que nací en ese mundo. Provengo de una familia de gente que escribe, sobre todo las mujeres», dijo Blanca. La palabra como juego y como trinchera: esa fue la herencia de Delia. Una herencia que se manifestó en canciones criollas, versos, columnas y, en el caso de su nieta, en una de las obras poéticas más potentes de la región.

Delia Castro de González fue mucho más que la abuela de Blanca Varela. Fue uno de los eslabones de una cadena de mujeres que hicieron del lenguaje su territorio. Compartimos aquí uno de los poemas que forma parte de Sin rumbo: poesías y cuentos, libro publicado en Lima en 1921.

De la misma laya. Antología de costumbristas y humoristas peruanos, de Serafina Quinteras (Lima, 1957).

Miseria

Miseria funesta. Miseria traidora.
Miseria que arrancas la vida oculta en la nada, perdida en la sombra.

Te canto, miseria; te canto gozosa, porque quiero lanzarte el apóstrofe que acaso tú ignoras.
Lo que un día escribiera la pluma de mi cruel zozobra, empapada en la tinta sombría, la negruzca borra que destila el fatal pesimismo en las negras horas en que el odio, crispando los nervios, al alma asoma y sonríe mirando las tumbas de halagos perdidos y esperanzas rotas.

Te canto, miseria. Te canto a ti sola, porque quiero decirte en mis versos lo que mi alma te odia.
Porque quiero decirte en mis versos multitud de cosas que se agitan con sed de venganza, con terrible cólera, en la cárcel estrecha y oscura que hay en mi memoria.
Escúchame y calla, miseria traidora, que ha llegado el momento solemne de decirte a solas lo que sufre mi pobre existencia luchando contigo, perdida en la sombra.
Lo que sufre mi pobre existencia escuchando atónita el horrendo crujir de los ayes que lanza fatídica tu mugrienta boca.

Cuando siento clavarse en mi alma tus dientes de loba y me arrancas la fe de otros tiempos que amaba gozosa, y no encuentro una mano siquiera que impida tu obra, y me dejan morir en silencio, morir en la sombra, porque el mal de las almas sublimes a nadie le importa.
Cuando veo que surge la infamia y vuela orgullosa en el carro triunfal del cinismo llamando a la gloria.
Cuando veo a la inicua falsía cediendo coronas al que ostenta más oro en las arcas de su vil deshonra.
Cuando veo que tú las proteges, que tú las apoyas, no llegando jamás a sus puertas tan llenas de escoria, me arrancara la vida a pedazos al ver que tu obra la ejecutas tan solo en las almas que sufren y lloran, en las almas que no tienen mancha, que todo perdonan.

Miseria maldita. Miseria traidora, que me dejas morir en silencio, morir en la sombra, ya que el mal de las almas sublimes a nadie le importa.

2 de octubre de 1920