Creo que una de las principales razones para escribir ficción tiene que ver con la posibili-dad que da la literatura de escapar de la rea-lidad. No necesariamente fugar de esta –no se trata de negarla tampoco–, pero sí de en-contrar, con creatividad, formas mejores de hacerla llevadera y (sobre)vivir en este valle de lágrimas. En el punto de la creatividad, me parece fundamental mencionar lo que hizo el puñado de franceses que formaron el grupo Ouvroir de Littérature Potentielle (OuLiPo), y en particular la novela de un autor que me permito recomendar vivamente.
Este Taller de Literatura Potencial, forma-do originalmente por François Le Lionnnais y Raymond Queneau, era heredero del su-
rrealismo y, mirando aún más lejos en la historia de la literatura occidental, de la Patafísica, la ciencia de las soluciones imagi-narias, creada por el excéntrico Alfred Jarry en los albores del siglo XX. Estos movimien-tos buscaron romper con las estructuras de la literatura tradicional, experimentar creativamente con el lenguaje y, casi siem-pre de forma satírica –hasta llegar muchas veces al absurdo–, proponer soluciones o nuevas formas de afrontar la vida cotidiana a través de lo literario.
En el caso del OuLiPo, hay un elemento diferenciador: la experimentación con las matemáticas y con la ciencia o, más precisa-mente, con la probabilística. Frente a los jue-gos literarios de encontrar algebraicamen-te palabras en el diccionario –ya utilizados por los surrealistas–, los miembros de este taller se autoimponen «restricciones» para desarrollar su escritura. Estas van desde, por ejemplo, no utilizar una letra al compo-ner un texto –como La disparition, que pres-cinde la letra e, la más común en francés–hasta repetir textos bajo consideraciones numéricas (cambiar una o varias palabras bajo una fórmula, como puede ser n + 5, que obliga a usar la sexta palabra siguiente en el diccionario para componer un nuevo texto).
Si bien es cierto que hay grandes expo-nentes del OuLiPo –como el propio Queneau o el imprescindible Ítalo Calvino, cuya Si una noche de invierno un viajero es considera-da parte de la tradición oulipiana–, proba-blemente el miembro más genial del grupo fue Georges Perec, un hombre dedicado en cuerpo y alma a las letras y a la experimen-tación. Su novela La vida instrucciones de uso –que juega con la noción de construir un
«manual» para la vida y que le tomó diez años de trabajo en los que se autoimpuso diversas
«restricciones»– es un magnífico ejemplo de creatividad, dedicación y, sí, genialidad.
Esta novela totalizante responde a un cui-dadoso diseño. Se dedica a describir la vida de los habitantes de los 100 espacios –habita-ciones, zaguanes, escaleras, sótanos, buhar-dillas– que conforman un edificio parisino –el 11 de la calle Simon-Crubellier, del barrio de
la Plaine Monceau, en el distrito 17 de la ciu-dad–, en el cual la voz que narra va saltando de un lugar a otro como si fuera un caballo de ajedrez. No solo eso: Perec hace un lista-do de nombres comunes y propios que debe obligatoriamente incorporar en los capítu-los/habitaciones, a veces incluso al revés
o con determinada disposición particular. Son más de 1500 personajes y una cantidad mayor de objetos que deben distribuirse bajo el algoritmo que permite ubicarlos en un bicuadrado latino ortogonal de orden 10. Descuiden si no conocen a Euler ni las ecua-ciones avanzadas; solo imaginen esos 100 es-pacios en un tablero de 10 x 10 en el cual irán encontrándolos aparentemente al azar, pero en realidad bajo un cuidadoso orden «oulipia-no» o ya de plano «perecquiano».
La propia narración mezcla a artistas que participan en un proyecto de por sí extra-ño: el primero pinta marinas en diferentes lugares alrededor del mundo –incluyendo Puerto Eten, en el Perú– y las remite a la casa ya mencionada en París, donde otro artista las convertirá en un rompecabezas que luego deberá armarse perfectamente para reconvertirse –mediante un procedi-miento químico– en otra marina y así conti-nuar el juego del eterno retorno (del arte).
Todo esto es solo parte de un curioso artesonado que uno puede o no seguir, o comprender, y cuya construcción le costó a Perec diez años de su vida. Así como en la ya mencionada La disparition –vale la pena mencionar que, para publicarla en español como El secuestro, los traductores debie-
ron hacer desaparecer la letra a en lugar de
la e como estaba en la versión francesa, lo que les valió un premio al esfuerzo– Perec construye un largo lipograma, luego en Les Revenentes juega con lo contrario, repitien-do la vocal e hasta el hartazgo. En La vida instrucciones de uso el autor nos conduce en un juego que se desarrolla en diversos tableros de comprensión y significados – muchas veces ajenos a la trama misma del texto–, que van mucho más allá del argu-mento formal de las vidas entrecruzadas en un edificio moderno.
En cualquier caso, vale la pena agregar que, con justicia, esta novela ganó el Premio Médicis y se convirtió de inmediato en un clásico moderno presente en casi todas
las listas de las mejores obras del siglo XX. Personalmente, no encuentro un mejor ejemplo de lo que es, en verdad, literatura, genio y creatividad. Como colofón, debo de-cir que, lamentablemente, Georges Perec falleció en 1982, apenas con 45 años, por cul-pa de un cáncer de pulmón, pero cuenta con varias otras genialidades disponibles, entre las que recomiendo especialmente El viaje de invierno (Le voyage d´hiver) y El gabinete de un aficionado (Un cabinet d’amateur).
Así que, si han llegado hasta aquí sin haber leído aún La vida instrucciones de uso, o al-guna otra obra de Perec, dejen todo lo que están haciendo y vayan a buscar la novela de ese genial bibliotecario y cronista fran-cés. No se arrepentirán.